Un acoso más, un día normal para una mujer que tiene el atrevimiento, no solo de caminar sola en la calle, sino de vestir una falta corta. Un caso de acoso que se vuelve mediático en el espacio público, una mujer que no se atreve a guardar silencio, una mujer que ¡ALZA LA VOZ!
Al rededor de esta experiencia se tejen varias reflexiones: Un sujeto que se atreve a intimidar a una persona, una mujer sintiendo impotencia frente a la injusticia, una autoridad sin saber qué hacer, una sociedad cómplice o callada.

Sobre el sujeto. Un hombre que actuó mal, despectivo, irrespetuoso, alguien que no merece realmente ser tratado con respeto, pero que en últimas no tiene la culpa de hacer lo que hizo, que promueve su aprendizaje machista y misogino, su limitada capacidad de racionalizar o de entender siquiera que su actuar no estaba bien. Digo que no es su culpa porque el entorno social con el que seguro él creció, le promueve y felicita su inhumana forma de hacer y decir las cosas, que durante años ha recibido la enseñanza de una sociedad que representa a la mujer como un objeto, teniendo el derecho de ‘admirarlo’ transgrediendo su integridad e intimidad, donde ha visto bien decirle cosas que no quiere oír, donde piensa que realmente hace un favor cuando se las dice.
Años de mala educación machista, que en un abrir y cerrar de ojos no van a cambiar. Años de malas costumbres, de pensamientos errados. El sujeto no es importante como individuo, no hay que tomar represiones personales frente a un sólo ser. La reflexión es entender el conjunto, lo que él representa: los tantos hombres, personas y demás que se creen con el derecho de invadir el espacio del otro, de tocar el cuerpo sin permiso, de insinuarse sin respeto, de insultar e incluso de asesinar.
Sobre la mujer, limitada al espacio privado: a su casa, a su auto, a su oficina. A no caminar, pedalear, o disfrutar del espacio público y mucho menos si es de noche, se está sola, o se viste con un escote o minifalda. La mujer limitada a callar, a normalizar, a bajar la cabeza o subir el volumen de la música que suena en sus audífonos mientras pasa frente a un grupo de personas que la miran con deseo, sin respeto y con malas intenciones. A soportar los abusos y acosos que diariamente recibe, a parecer ‘histérica’ si pide respeto, si se enfrenta a un agresor, si llora, si GRITA.
La mujer que se siente sola, que afronta la situación cuando muchos la miran pero nadie actúa, que con impotencia ve y entiende que esa forma de proceder no va a darle la solución que necesita. La mujer que se encuentra con otra mujer, que la abraza, que le dice «¡NO ESTÁS SOLA!» La mujer que se va a casa y piensa qué VAMOS a hacer para cambiarlo todo. La mujer que recibe y siente la SORORIDAD, que sin importar de qué lado se está, siempre se encontrará con otras en las luchas injustas, en el mismo punto de dolor, de la desigualdad.

Feminist Illustrations by Camila Rosa
Sobre la ‘Autoridad’.
Una ‘Autoridad’ sin autoridad.
Una institución constituida en el patriarcado, en la visión de varios hombres que han dicho cómo se deben hacer las cosas, hombres sin empatía, sin saber qué hacer, cómo sentirse, cómo actuar, hombres que se sienten negados a entender. Se encuentran en un entorno que no les da más, en un entorno dónde la mujer no tiene cabida, donde a pesar de sentir hacer el bien, no les han enseñado las cosas que verdaderamente necesitan ser atendidas. Hombres sin herramientas, si de-construcciones, hombres que necesitan tal vez más amor.
El machismo, si se entiende bien, no solo busca segregar al género, desequilibrar la balanza hacia quienes tienen menos posiciones de privilegio, sino que también es un instrumento de control que afecta internamente la esencia de la sociedad. Desde una visión donde la mujer no existe, no habla, no siente, no piensa, cualquiera reacción diferente que ELLA exprese, parecerá entonces un algoritmo errado del comportamiento común, desencadenando así, una respuesta inútil, incomprendida y banal. En resumidas, una ‘autoridad’ y un grupo de personas que no sabe cómo responder frente a una situación a la cual no están acostumbrados.
Sobre la sociedad a veces cómplice, a veces callada, una sociedad que normaliza las muestras de acoso, de abuso o de violencia. Que silencia las denuncias porque «no tiene sentido decirlas» porque no vale la pena ALZAR LA VOZ por un «mamacita» «un cosita rica» un «bizcocho». Una sociedad que solo se alarma cuando una persona recibe golpes, hay sangre o incluso pierde la vida. Acostumbrada a resistir en silencio, a refugiarse en sus casas, a quedarse frente a las pantallas viendo como el mundo va por un mal camino. A levantarse al otro día y no hacer nada.

ALZAR LA VOZ, DECIRLO DURO Y FUERTE, denunciar, unirnos. Sororidad, solidaridad, educación. Pasos poderosos para el cambiarlo todo. No tiene por qué ser una lucha en solitario, cuando se habla y se hace escuchar el mensaje que entre todas las personas quieren decir, se encuentran más oídos que escuchan, más casos que se REconocen, se da poder a quienes no lo sienten, más voces JUNTAS empiezan GRITAR.

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Laura M. Chaves V.